miércoles, 22 de julio de 2009

Todavía con frío, sueño y hambre


Así esperamos 2 horas en el frío, rogando al cielo porque el tren llegara a tiempo para tomar nuestro avión.

La abrazaba porque ella tenía frío, y al darle calor, ella me daba también a mí. Estábamos tranquilas, Dios nos cuidaba, lo sentíamos cerca.

Pasaron los minutos y observábamos a las demás personas que e
speraban el mismo tren. Algunos dormían sobre sus maletas, las parejas afortunadas se abrazaban para cubrirse del frío y los que iban solos, titiritaban y sacaban vapor cálido cuando respiraban.

Había un hombre tal vez de unos 60 o 65 años, canoso, que dormía placidamente porque su mejor aliado en ese momento era el alcohol. Él era el único bendito entre todos: roncaba y parecía que no tenía frío. No llevaba maletas como todos nosotros, seguramente la estación era su hogar. ¡Ah, qué hermoso estar en tu hogar! No importa si es tan feo como esa estación de tren.

El señor, sin quererlo, nos hizo reir. Su ronquido era tan estruendoso que hacía eco en el pasillo, donde todos los invitados a su palacio nos encontrabamos.
De pronto despertó, parecía no saber dónde estaba (me decepcionó, pensé que esa era su casa) y se tambaleaba como si el sueño no le hubiera ayudado para recuperar sobriedad.

A un lado se encontraba un joven viajero con maletas, igual que nosotros, que dormía.

El hombre lo observó y notó que tenía una cobija roja. No desaprovechó la oportunidad y con mucho cuidado ( con todo y sus copas de más) le quitaba poco a poco su cobertor que definitivamente era calientito.

¡Me volvió a decepcionar! ¡Pensé que además de estar en su hogar podía soportar el frío!

El muchacho se despertó repentinamente al sentir que le quitaban su preciado tesoro cobertor ("tesoro" porque nadie más tenía, y sin embargo, todos hubiéramos pagado 10 euros o más por uno) y echó al pobre borrachito.

Reíamos, y reíamos mucho.

en la estación de tren, congelandonos...



No hay comentarios:

Publicar un comentario