miércoles, 23 de septiembre de 2009

Achúuuu!

Me encontré esto por ahí :D

Y cuenta la historia que ayer me tragué un estornudo. Tal vez me iba a enfermar o tal vez me resfrié. Uno no entiende bien los bichos hoy en día pero ¿Entiendes bien esa sensación? ¿Que en lugar de un estruendoso y liberador estornudo, un escalofrío recorre tu cuerpo, te pone cada vello de punta y haces una cara muy extraña como si fueras a llorar? No es agradable.

Y me acordé y me dije “es lo mismo que cuando me pidió el olvido, cortó mi inspiración, la mancilló y me quedé soñando con la almohada, con los vellos de punta (aclaración: no soñando CON los vellos de punta, sino soñando y teniendo los vellos de punta) y con un escalofrío sí diferente al de los estornudos”. En mi próxima carta, juré que te lo diría, pero no lo hice, porque tal vez no haya “próxima carta”.

Resulta que esta semana yo estaba enfermo y tú estabas enferma. Yo no sabía nada de ti, es más, toda comunicación había tratado de esquivarla. No sé cómo fue, pero después de tantos días, semanas, meses y años, ¡Me hablaste! Y me hablaste porque sabías que yo estaba enfermo, aunque no sabías de qué (para mí también era un misterio sin resolver hasta que fui al doctor).

-¿Cómo estás?

- Pues aquí enfermo, ¿y tú?

- También, tengo gripa, me la contagiaste.

-¿Ah sí? ¿Cómo es posible eso a miles de kilómetros de distancia?

-No, en mis sueños me contagiaste.

-¿Qué me quieres decir, que estornudé encima de ti dentro de tus sueños?

- Pues, si esa es una forma de llamarlo…

¿Llamar-lo? ¿Ese “lo” qué significa? Me reí contigo.

Así pues, los estornudos, sin querer, nos han unido.