Inclinamos nuestros rostros, cerramos los ojos y le pedimos a Dios que nos ayudara, así como lo había hecho hasta ese momento de nuestro viaje.
Como un milagro, aunque sabíamos que perderíamos nuestro vuelo, seguíamos en paz.
Yo la seguía abrazando y esperaba que eso le diera un poco de calor y de confianza. Aún así, necesitabamos más calor, compramos un chocolate y lo partimos en dos. Nada nos quitaba el frío, ni tampoco la fe.
Se escuchó otro pitido "El tren Budapest Venecia tiene 180 minutos de retraso, gracias por su comprensión".
Así que ya eran 3 horas. Bueno, definitivamente perderíamos el vuelo. Ni aunque corrieramos al aeropuerto lograríamos llegar.
Nada más queríamos un lugar cálido, las cabinas del tren tal vez, lo demás no importaba.
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