lunes, 20 de julio de 2009

A Praga

Llegamos a salvo después de unas locas maniobras de un piloto que en definitiva parecía novato. Era de noche y estabamos en un país que nos era totalmente extraño sin embargo sabíamos que Alguien arriba nos cuidaba porque todo hasta ese momento nos había salido perfecto. Habíamos anotado en una hoja las instrucciones para llegar al hostal de estudiantes pero cuando las letras del idioma ni siquiera son legibles...todo se complica.

Debíamos tomar la ruta 119 cuando vimos a los lejos la mismisima hermosa cifra de 119, así que corrimos como si nos persiguiera un perro.

El autobus se paraba cada 5 minutos y todas las terminales nos sonaban igual, Dejvika es lo mismo que Ludwika Paleta o Starosmiska o Swaroski.

A las 12 de la noche me empezaron a sudar las manos porque no tenía ni idea dónde nos teníamos que bajar y todo afuera era tenebroso y estaba lleno de grafiti (mala señal). Me di por vencida, teníamos que confiar en nuestra intuición y en nuestro angelito checo: Nos bajaremos donde se baje toda la gente, ahí debe ser.

Eso hicimos y milagrosamente vimos frente a nosotros la estación de metro. ¿Cómo sabíamos que era ahí? Porque aunque estaba llena de jeroglíficos, por no decir letras checas, una estación de metro en Europa, como en cualquier parte del mundo es inconfundible: tuneles, taquillas, personas con maletas, personas caminando rápido, escaleras eléctricas, ya saben, lo mismo de siempre.

La gente corría más de prisa que de costumbre. Se nos ocurrió pensar que el metro lo cierran a las 12 de la noche y entonces corrimos también con ellos. Si esa no era la razón nunca lo sabremos pero al menos les hicimos compañía.

Ni siquiera nos detuvimos a ver la dirección o la línea de metro que debíamos tomar, sólo nos brincamos al vagón como si nos aventaramos a una alberca sin trampolín.

Pareciera que no es verdad lo que diré pero... no es exageración: estabamos en el lugar correcto. Eso de seguir a la manada, realemente funciona.

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